Todos los que me conocen saben que no soy un hombre de perder cosas, de hecho casi nunca pierdo nada. A veces por despiste puedo dejarme gafas de sol en cualquier terraza, pero...cuando he caminado algunos pasos, o muchos, es como si una vocecilla me avisara "te has dejado las gafas", me doy la vuelta, vuelvo a la terraza y allí están esplendidamente mirándome.
En Noruega me dejé la cámara fotográfica y el equipo en la mesa de un café; al cabo de veinte minutos y ya subiendo al autocar camino de Oslo, vemos en la mitad de una calle a una chica corriendo y agitando con la mano una camara reflex de gran tamaño y...ya subiendo al autobús le dije a mi mujer: "a alguno se le ha olvidado la camara" y mi angel de la guarda compañera me dijo: mira a ver si es la tuya; como casi siempre tenía razón.
Otra vez en Sicilia me pasó algo parecido, solo que después de casi media hora me di cuenta que tenía la mochila pero no la camara. Me la había dejado encima de la mesa en un restaurante atestado de gente. Volví corriendo al lugar, entrando como un vendaval directo a la mesa y allí, esta vez... no estaba. Había perdido mi cámara preferida, la prolongación de mi mano.
Mi rostro se iluminó cuando detrás de la barra, una bella signorina, con cara de guasa napolitana, sacaba debajo del mostrador mi bien preciado. No la abrazé porque a su lado estaba un armario de 1,90, con unos brazos que estaban a punto de romper la manga de una camiseta que llevaba puesta.
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